En 1995, llegué a Barbastro como novicio, atado a mi silla de ruedas, gracias a una escayola en mi pierna izquierda. Hacía menos de tres años de la Beatificación de nuestros Mártires y aún se respiraban los aires de la novedad y el estreno en el Museo, la casa, la comunidad, las explicaciones, los monumentos, las visitas. Pocos grupos de otras latitudes que no fueran españolas habían pasado por aquellos lugares martiriales. Yo había leido sobre ellos y lo que les ocurrió, pero fui buscando el espacio sagrado donde ocurrieron los hechos y los testimonios de algunos hermanos que sobrevivieron a la tragedia.
Este año 2010 he vuelto, en el marco del curso de Formadores que se organiza desde la Prefectura General de Formación. Como Formador y con los años de experiencia, la perspectiva cambia. Sabía lo que me iba a encontrar. Tuvimos la suerte de dormir y convivir con la Comunidad de la casa; y también andar los caminos de los Mártires en sus últimos días hacia la cárcel, el cementerio, el hospital o el altar y el monumento en los lugares donde fueron martirizados. Un grupo de Formadores de distintas nacionalidades que hemos enraizado en nuestra espiritualidad claretiana esta experiencia martirial, tan claretiana como añoraba nuestro Padre Fundador, y tan cristiana como sucedía a los primeros cristianos, bautizados con el agua y el Espíritu para luego dar su vida por la fe y el Evangelio.
Hemos tenido momentos de lectura serena y de oración compartida en esa casa impregnada del darse hasta el final. Hemos recorrido distintos lugares marianos, incluida nuestra Madre del Pueyo, descubriendo el papel fundamental que jugó María al alentar y dar fuerza a sus hijos queridos durante su cautiverio y su martirio.
Pero como Formadores nos quedamos con el mayor regalo de todos: la experiencia comunitaria vivida entre ellos, en esos días de cárcel y sufrimiento. Nosotros hemos podido experimentarla en esa Comunidad de Barbastro, con esos maestros de detalles que son sus miembros y que nos han cuidado, o mejor dicho, mimado hasta el extremo, para acogernos en la casa, estrenando incluso algunas instalaciones para nosotros. Las comidas, los tiempos de recreación, el servicio y el compartir entre hermanos conocidos, incluyendo la historia viva de algunos hermanos de la Provincia de Santiago. Ese testimonio de vida comunitaria nos ha ayudado a entender cómo los Mártires en esas condiciones tan duras se apoyaron unos a otros a acoger la voluntad de Dios, de dar la vida por la fe y por el Evangelio.
Ellos murieron por el Reino de Dios, aclamando a Jesucristo como su Rey y Señor. Nosotros nos quedamos con su tesoro, escondido como todos los verdaderos tesoros. El fuego que ardía en sus corazones y que abrasó por donde pasaron, como nos comentaron los testigos que los conocieron. Ese fuego-tesoro que sigue ardiendo, escondido en Barbastro. Gracias por todo.
Vuestro hermano en Zimbabwe
Joaquín Béjar, cmf.